Desde los orígenes de la humanidad, siempre se ha discutido si ciertas personas tenían alma. Entre éstas estaban los esclavos y las mujeres.
Tanto es así, que en el mundo griego la única labor de la mujer era su función reproductiva. El placer quedaba entre hombres.
De hecho, las religiones, que nos persiguen o acompañan desde tiempos memorables han reducido siempre a la mujer a su función reproductiva. Así por ejemplo el cristianismo desprecia a la mujer ya que lo único que importa es Jesucristo. La virgen, representación femenina, sólo importa como madre de alquiler.
Cierto es que supuestamente atrás quedaron los tiempos de Schopenhauer en los que la mujer era aquel ser de “largos cabellos e ideas cortas”. Sin embargo numerosos polos antagónicos siguen conviviendo en nuestra sociedad. Sociedad moderna. Tecnológica y científicamente avanzada, pero que sigue arrastrando el peso de siglos y siglos de costumbres y moral, de muy lento avance.
Hace unos días, un grupo de una veintena de jóvenes acudieron a Sol para acampar bajo el lema #acampadavida. Protestaban en contra del aborto.
Se denominan a sí mismos “los indignados por los ataques a la vida”. Estos actos tendrán lugar entre el 1 y 5 de julio, tal y como tienen especificado en su web DerechoaVivir.org y esperan la participación de miles de personas en un total de 36 provincias para reclamar la derogación de la actual ley del Aborto.
La respuesta ha sido diversa pero la principal respuesta de los indignados ya acampados allí ha sido de total rechazo.
Muchos autobuses llenos de familias se llenaron con el fin de venir a manifestarse. La manifestación tuvo lugar en Colón, bajo la ondeante bandera nacional.
Ese día en el metro, se veían padres con más hijos que manos a su alcance y niños sosteniendo banderas nacionales y pancartas de “no al aborto” como si de globos se tratasen.
Ese día en el metro, se veían padres con más hijos que manos a su alcance y niños sosteniendo banderas nacionales y pancartas de “no al aborto” como si de globos se tratasen.
Sin embargo lo que más me impactó fue la retransmisión televisiva de la manifestación.
En la Castellana se había plantado una gigantesca cruz justo al lado de un improvisado escenario donde los más importantes arzobispos estaban reunidos.
El portavoz alzaba su voz ante un público mayoritariamente compuesto por niños y madres.
Hablaba, hablaba mucho, demasiado.
Hablaba sobre cómo tenía que ser una BUENA familia, cómo debía de ser una madre, y cómo debía de comportarse una mujer, mujer que no tiene derecho a privar una vida.
Esas palabras entraban como veneno por todos mis sentidos. Numerosas preguntas se me amontonoban a gritos en mi cabeza.
¿Cómo es posible que aún hoy en día, pueda seguir existiendo, con tanto peso y tal repercusión, una institución que denigra a la mujer limitando su rol al de monja, sin posibilidad de ascensión en la jerarquía?
¿Cómo es posible que aún hoy en día, pueda seguir existiendo, con tanto peso y tal repercusión, una institución que denigra a la mujer limitando su rol al de monja, sin posibilidad de ascensión en la jerarquía?
Pero sobre todo, ¿cómo es capaz una institución compuesta por hombres, con su juramento de castidad e ignorantes de la mujer (ya que nunca han convivido con ella), de sentenciar cual debería de ser el comportamiento femenino?
Creo que el tema del aborto está desenfocado en España, y más que una cuestión sociológica se ha convertido en un tema político, de rivalidad entre bandos, entre empaquetadas ideologías y moralidades.
Y en este tema, una vez más la religión, en el caso español la cristiana, actúa como fuerza política.
El problema es saber hacia donde enfoca exactamente esa fuerza.
Instando a no usar anticonceptivos ¿es acaso una lucha contra el avance científico?
Porque si su tésis se basa en la moralidad, y esa moralidad sigue estancada aún en la época griega, quizás sea posible entender el limitar a la mujer a su función reproductiva en la sociedad, pero en tal caso, por favor, habría que ACEPTAR la homosexualidad.